Lo que a los 16 años viví como una ofensa y una suerte de sacrilegio, hoy, casi 30 años después, me parece una preciosa muestra de respeto y cariño hacia una estrella que, para muchos, sigue representando la esencia de Hollywood.
La imagen de Marilyn Monroe aparece por todas partes en Los Ángeles, y en todo tipo de formatos, objetos y tamaños.
Sin embargo, sus restos descansan en un nicho con una sencilla inscripción: Marilyn Monroe 1926-1962.
Llegar a este lugar para rendirle homenaje en su 90 cumpleaños me ha resultado muchísimo más fácil que en 1987 cuando, con la pasión de una fan y la terquedad de una adolescente, removí mar, cielo y tierra para poder ver el lugar donde descansa la actriz.
La ilusión de un viaje
Aquel fue mi primer viaje a Estados Unidos.
Mi padre estaba en Los Ángeles por motivos de trabajo y su empresa le compensó la distancia de la familia invitando a sus hijos a pasar el verano con él.
Mis hermanos no quisieron venir pero yo no lo pensé dos veces.
Lo que más quería era visitar la tumba de Marilyn Monroe.
Cuando se lo dije a mi papá, me miró con cara de resignación, sin la sorpresa que mostró años antes cuando empecé a hacer preguntas sobre la vida de la artista.
Una admiración temprana
Fue raro, yo misma lo reconozco, que una niña española de apenas 10 años, en la era preinternet, se interesara tanto por una estrella estadounidense que entonces llevaba 20 años muerta y no era especial objeto de devoción en casa.
Creo recordar que su figura empezó a intrigarme cuando supe que había muerto en circunstancias sin esclarecer.
A partir de ahí, devoré sus películas, sus entrevistas, las biografías y sus reflexiones y me impactó ese aire de tristeza que se refleja en algunas de sus fotografías, incluso cuando está sonriendo.
En mi entorno pocos compartían esta repentina curiosidad pero tampoco la rechazaron: les debió parecer un capricho pasajero.
Pensé que era cosa de la distancia geográfica y que al llegar a EE.UU., mi desubicada pasión encajaría mucho mejor.
También pensé que el cementerio de su descanso sería un marcado lugar de peregrinaje bien conocido por todos.
Qué equivocada estaba.
El cementerio escondido
Llegó el fin de semana de la esperada excursión.
Teníamos anotado el nombre del cementerio y llevábamos varios mapas de la ciudad en el auto (insisto, eran los años 80, no teníamos GPS ni Google Maps, pero yo confiaba plenamente en el sentido de orientación de mi papá).
Ya ni sé cuántas vueltas dimos.
Vimos calles bien bonitas, avenidas muy cuidadas, casas lujosas y edificios altos. No había rastro de ningún cementerio.
Seguimos buscando hasta que a mi papá se le agotó la paciencia y a mí me dio apuro insistir.
El apuro se me pasó en unos días y volví a la carga.
Desesperado, mi padre me encomendó a un colega de trabajo, francés, que también tenía a su familia de visita veraniega, y con ellos me fui a la búsqueda de Marilyn Monroe.
Con bastante vergüenza, los ojos muy abiertos y casi sin poder comunicarme por la barrera del idioma, hice el viaje volcada en la ventanilla del auto.
Tras la tercera vuelta a una misma cuadra, vimos una pared con plantas y una verja, y hacia allí nos dirigimos pensando que era la única opción que nos quedaba.
Para mi alegría, era el lugar correcto: el Westwood Memorial Park de Los Ángeles.
Tuve que contener la emoción porque estaba con gente a la que casi no conocía, pero por dentro era un manojo de nervios.
Allí, en una pared alejada del césped central y de las tumbas más grandes, vi el nicho de Marilyn Monroe.
Un lugar íntimo y discreto
Ahora, varias décadas después, el destino o el azar quisieron traerme a esta misma ciudad, y no de visita, sino en una etapa nueva de mi trabajo como periodista.
Llegué a Los Ángeles el pasado febrero.
No había vuelto a esta enorme ciudad desde aquel verano de los 80.
En estos tres meses, más de una vez he querido regresar al cementerio de Westwood, para ver si sigue siendo tan inaccesible, para desarmar los engaños de mi propia memoria.
Pero quise esperar a que se acercara este miércoles 1 de junio, para que, como esperaba, el nicho de Marilyn Monroe estuviese lleno de flores y felicitaciones de otros admiradores como yo.
El cementerio me parece tan pequeño y recogido como lo recordaba.
Resguardado e íntimo, es un lugar silencioso y bien mantenido, con una simple carretera circular que le permite a los visitantes conducir directamente hasta el interior del parque.
Más celebridades en el cementerio
Es fácil coincidir con personas que deambulan mirando hacia el suelo, en busca de determinadas tumbas.
Si algo ha cambiado en todos estos años es que ahora son muchas más las estrellas enterradas en este cementerio.
Como si hubieran venido a acompañar a Marilyn, aparece, por ejemplo, Jack Lemmon, su compañero de reparto en “Con faldas y a lo loco” y, muy cerca, Billy Wilder, director de dicha comedia.
También está Dean Martin, quien fuera uno de los amigos más fieles de la actriz; y Farrah Fawcet, Walter Matthau, Burt Lancaster y los músicos Roy Orbison y Frank Zappa, entre otros.
Todos ellos llegaron a Westwood después de Marilyn Monroe, cuyos restos descansan allí desde el 8 de agosto de 1962. Había muerto tres días antes.
Mientras me siento a escribir este texto, comparo mis dos visitas.
Reflexiono sobre cuánto han cambiado el mundo y mi mundo y me pregunto cómo hubiera evolucionado Marilyn si hubiera seguido viva.
No tengo la respuesta.
Recojo las cosas mientras nos felicito a Marilyn y a mí en silencio: quizá lo que despertó ese primer interés por ella fue que compartimos día y mes de nacimiento.
El año me lo reservo aunque, con todos los datos compartidos, más de uno sabrá sacar la cuenta.
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El día que busqué la tumba prácticamente oculta de Marilyn Monroe
http://latiendadejm.com/blog/el-dia-que-busque-la-tumba-practicamente-oculta-de-marilyn-monroe/
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