La joven de origen chino Yiran “Camellia” Liu, de 18 años, nunca olvidará la tarde del pasado 30 de marzo cuando, según su propio relato, fue atacada en la localidad de Rowland Heights, en el sur de California, por un grupo de estudiantes, también provenientes de la nación asiática.
Los asaltantes, de su misma edad, la llevaron hasta un parque donde presuntamente la desnudaron, la golpearon, la quemaron con cigarrillos e incluso le cortaron el cabello e hicieron que se lo comiera.
Tres adolescentes fueron juzgados por estos hechos, que fueron grabados con teléfonos celulares por otros jóvenes que presenciaron lo ocurrido como si se tratara de un espectáculo callejero.
Acaban de ser condenados a penas de entre 6 y 13 años de prisión por secuestro y asalto.
Todos los protagonistas de este terrible incidente tienen algo en común: son considerados “jóvenes paracaidistas” (parachute kids, en inglés), nombre con el que se conoce a los adolescentes asiáticos que son enviados a estudiar a EE.UU., residiendo en familias de acogida, sin contar con la supervisión directa de sus padres.
Pese a tratarse de un hecho aislado, el ataque sufrido por Yiran Liu ha puesto el foco en estos jóvenes, cuyo número no ha dejado de crecer en los últimos años, proviniendo la mayoría de ellos de China.
Según datos del Instituto de Educación Internacional, en 2013 había cerca de 23.000 adolescentes chinos estudiando con un visado F-1 en escuelas de secundaria de EE.UU., 9.000 de ellos en California.
Mayoría de estudiantes chinos
Los primeros “jóvenes paracaidistas” empezaron a llegar a los colegios estadounidenses en la década de 70.
Se trataba mayoritariamente de jóvenes de familias acomodadas de Taiwán, que eran acogidos por algún familiar o que incluso, pese a ser menores de edad, vivían de forma independiente en apartamentos o casas pagados por sus padres, pese a que la ley estadounidense les obliga a estar bajo la tutela de un adulto.
En la última década, con la explosión de la clase media en China, los adolescentes de la nación asiática se han convertido en el grupo mayoritario entre los estudiantes de secundaria extranjeros en EE.UU., que en 2014 eran más de 80.000.
A estos jóvenes estudiar en escuelas de EE.UU. les da la oportunidad de aprender inglés y de acceder a un sistema de educación superior de calidad como es el estadounidense, evitando tener que pasar las duras pruebas de acceso a la universidad que existen en su país de origen.
Según los expertos, a veces el precio personal que deben pagar por ello es alto y en ocasiones, el choque cultural y el hecho de estar separados de sus familias, hacen que pierdan el control de la situación.
Con 14 o 15 años llegan a un país desconocido, a menudo con un dominio rudimentario del inglés, hospedándose con familias cuyo interés primordial no siempre es el bienestar de los menores sino el dinero que reciben de las agencias que gestionan los viajes de los estudiantes.
Algunos vienen de familias que han invertido todos sus ahorros en enviarles a estudiar a EE.UU., por lo que la presión para obtener buenos resultados académicos es alta, al tiempo que no siempre les resulta fácil socializar, lo que aumenta su sensación de aislamiento.
La realidad es que una mayoría se adapta perfectamente a su nuevo país, particularmente en áreas como el Valle de San Gabriel, en el sur de California, donde hay escuelas en las que la mayoría de estudiantes son de origen chino.
Pese a ello, los expertos advierten que el negocio de la gestión de las estancias de los estudiantes extranjeros es una industria en expansión en EE.UU., en la que debería haber una regulación más estricta.
Interés económico
Según Joaquin Lim, presidente de la Fundación Estadounidense para la Educación Internacional (AIEF, por sus siglas en inglés), organización que lleva más de dos décadas gestionando la llegada de estudiantes extranjeros a escuelas de EE.UU., el número de alumnos chinos “se ha disparado en los últimos cinco o seis años”.
¿Y por qué los colegios estadounidenses han abierto sus puertas a de manera tan entusiasta a los “jóvenes paracaidistas”?
“No hay duda de que hay un interés académico aunque también hay un interés económico. Estos estudiantes proporcionan ingresos adicionales a las escuelas, ya que al ser extranjeros tienen que pagar unas tasas más elevadas”, explica Lim en conversación con BBC Mundo.
“Para muchos colegios fue la salvación, ya que tras las crisis de 2008 el presupuesto de educación bajó y los estudiantes chinos se convirtieron en una nueva fuente de ingresos”.
Lim considera que lo ocurrido en Rowland Heights es “muy desafortunado”, aunque cree que se trata de “un hecho aislado”.
Pese a ello, el presidente de la AIEF considera que la industria de los estudiantes extranjeros debería estar más regulada, ya que cree que si los negocios que se hacen en casas particulares no cuentan con unas reglas bien definidas, “las cosas pueden salirse de control”.
“Por ejemplo, nosotros requerimos que cada estudiante tenga su propia habitación y que la puerta cuente con un cerrojo. Además, la familia de acogida tiene que comprometerse a darles a los jóvenes al menos una comida china a la semana. Son detalles que hace más fácil su transición a su nueva vida en EE.UU.”.
Lim asegura que la mayoría de los problemas que enfrentan estos estudiantes no tienen que ver con cuestiones académicas sino con sus condiciones de vida.
“Imagínese a chicos adolescentes con las hormonas disparadas, separados de sus familias, en un entorno extraño, que sufren ataques de ansiedad y tienen problemas de adaptación”.
“Una mayoría vienen de familias de clase media que han trabajado toda su vida para enviar a sus hijos aquí. (…) Por eso estos jóvenes enfrentan una fuerte presión, ya que no quieren decepcionar a sus padres”.
“Más libertad”
Cindy Chang, reportera del diario Los Angeles Times que estuvo investigando recientemente el tema de los “jóvenes paracaídistas”, coincide con Lim en que para algunos de estos chicos y chicas la experiencia puede ser dura al no dominar la lengua y no tener cerca a sus familiares.
“Para ellos las relaciones con otros jóvenes se vuelven muy importantes y si resulta que no se llevan bien con sus compañeros de escuela o estos los rechazan, pueden tener una experiencia terrible”.
Chang también cree que debería haber una mayor regulación.
“A menudo los padres no viajan a EE.UU. a conocer las escuelas o a las familias de acogida y lo dejan en manos de un intermediario. Y al final este, igual que las familias y las escuelas, lo que quieren es ganar dinero, lo que hace que puedan ocurrir incidentes como el de Rowland Heights”, señala Chang en conversación con BBC Mundo.
Lucy, una estudiante de origen Chino que fue enviada al sur de California por sus padres en 2008 para acabar la educación secundaria, estudia en la actualidad en una universidad estadounidense.
Según le contó a BBC Mundo, pese a que cuando llegó vivía con un familiar, al principio se sentía “muy sola”, en parte por las dificultades que tenía para comunicarse al no dominar el inglés.
Pese a ello, destaca que cada mes se celebraban reuniones entre los responsables de la escuela a la que acudía y sus tutores legales, para asegurarse de que todo andaba bien.
Lucy dice que es cierto que muchos estudiantes chinos experimentan un fuerte choque cultural, aunque en su caso cree que fue positivo, ya que considera que el sistema educativo en China es mucho más estricto y aquí tiene más libertad y “es más divertido”.
La joven estudió en la misma escuela que algunos de los acusados de cometer el ataque de Rowland Heights del pasado marzo y asegura que no entiende qué pudo llevarles a hacer algo así, ya que en ese colegio “hacen todo lo posible para que uno se sienta seguro y feliz”.
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El brutal ataque que puso el foco en los "jóvenes paracaidistas" chinos de California
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